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Viaje al pasado VII (y final)

Capítulo VII (y final)

Sevilla era un buen destino, en una ciudad grande era menos probable que me encontrara con alguien conocido por azar (41). Sería fácil encontrar un trabajo en hostelería, y, además, estaba repleta de guiris. Tarde o temprano me toparía (42) con algún viajero del futuro y quizás pudiera pedirle o robarle, si se terciaba (43), alguna moneda de mi época.
Empecé a trabajar en una cafetería cerca de los Reales Alcázares (44), había mucho tráfico de turistas por allí, como era lógico. Nunca me había fijado tanto en la indumentaria de la gente. Ahora tenía un objetivo, encontrar a un turista, a uno determinado. Después de cuatro meses me sorprendía pensando cómo lo de las chanclas con calcetines que me había parecido siempre tan habitual ahora no lo veía por ningún lado. Tal vez no hubiera tantos viajeros del tiempo.
Una mañana soleada, las mejores en Sevilla, apareció uno en la cafetería. Decidí esperar a que se fuera para asaltarlo con mi pregunta. Después de tomarse un cortado (45) salió por la puerta. Dejé un momento el delantal en la barra y pedí permiso para salir cinco minutos. Lo seguí dos calles, hasta que lo tuve lo suficientemente cerca como para que me escuchara.
‒ Perdone, un momento. ‒ Se volvió. ‒ Sé quién es, necesito su ayuda.
‒ ¿Perdón?
‒ Sé quién es, sé que viene del futuro, yo soy del futuro también y…
‒ No entiendo, ¿de qué me habla? ‒
‒ No hace falta que se haga el tonto. Digo que sé que viene del futuro, yo también pero del año 2012. Necesito una moneda.
El turista me miró como si estuviera chalada, metió la mano en el bolsillo y me dio 20 duros (46).
‒ ¿Qué hace? Esta no, un euro, o 10 céntimos, lo que sea, pero del 2012.
El hombre empezaba a parecer espantado, pero a mí no me engañaba, lo sabía todo y no podía quedarme allí para siempre, tenía que volver.
‒ Por favor, de verdad, ya llevo mucho tiempo aquí. Uno de vosotros me llevó al futuro, pero volví en el año equivocado, quiero ir a casa ‒ supliqué.
Empezó a darse la vuelta, lo cogí de la chaqueta y empecé a registrarlo buscando monedas. Él se puso a gritar aterrorizado, a pedir ayuda.
Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y de la cara de pánico que el pobre hombre había puesto, lo solté y lo dejé irse.
En los meses siguientes seguí observando a los turistas, buscando las señas de identificación, pero poco a poco fui acomodándome a mi nueva vida y terminé aceptando que estaba estancada.
Viví precariamente por un tiempo, todo lo que hacía era trabajar y ahorrar hasta la última peseta. En unos 4 años tuve suficiente dinero ahorrado como para intentar un cambio. Me teñí de rubia y me ricé el pelo: volvía a Ronda y no quería que nadie me reconociera.
Con mucho esfuerzo conseguí abrir mi propio negocio, una cafetería en el centro de la ciudad. Siguieron pasando los años, hice nuevas amistades de mi edad. A veces me cruzaba con personas que conocía de mi otra vida, era muy duro pero siempre intentaba no relacionarme con ellas por lo que pudiera pasar.
Hoy es 12 de marzo de 2012 de nuevo y Ana, la otra yo, ha venido puntual al trabajo, como siempre. Sé lo que va a pasar, ya he visto a Garton un par de veces merodeando por aquí. Sólo que va a haber un cambio de planes. Todavía son las 10 de la mañana, la otra vez todo sucedió por la tarde. Voy a llamar a Ana para que se coja el resto del día libre, creo que hoy no la necesitaré.
 
(41) Por casualidad.
(42) Encontrarse (coloquial).
(43) Venir a cuento.
(44) Conjunto monumental palaciego de Sevilla.
(45) Café con un chorrito de leche.
(46) 1 duro= 5 pesetas.

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