Capítulo VI
Cerré la puerta del baño tras de mí. Recordaba lo que había pasado la última vez. Abrí el agua caliente y esperé a que la habitación se llenara de vapor. Había sacado la moneda de la argolla y la tenía en la mano. La miré fijamente, me concentré en volver. Por un momento pensé que no iba a funcionar pero cuando levanté la vista ya no estaba en el baño. Estaba en la calle, en Ronda. Todo estaba como siempre. Me sentí feliz, más que eso, eufórica, bombeando adrenalina.
Estaba en el centro de la ciudad. Me dirigí hacia una calle secundaria. No podía dejar que nadie me reconociera. ¿Y si me encontraba conmigo misma?¿Era eso posible? ¿O yo era yo y no había una doble mía en ese año? ¿Tendrían razón las teorías sobre los viajes en el tiempo de las películas?
Decidí arriesgarme lo menos posible. Lo primero era confirmar la fecha y después salir de Ronda. No podía quedarme allí. Pasé por la puerta de una librería y me fijé en los periódicos que había expuestos: 22 de febrero de 1998, leí en El País (35). Ahora ya estaba segura.
Muy bien, ahora tenía que largarme de allí. Lo más fácil era coger un autobús, el problema era que no tenía dinero, ni para autobús ni para nada. De todas formas me fui para la estación. No podía ir ni a Málaga, ni a Granada, ni a los pueblecitos de la serranía, por temor a encontrarme con alguien que conociera. Así que el mejor destino dentro de los más asequibles era Sevilla. Un billete para Sevilla costaba sobre 700 pelas (36), tenía que recordar que todavía no estaba el euro.
Me senté frente a los andenes, puse cara de preocupación y esperé a que alguien se sentara a mi lado. Al poco tiempo una mujer de unos cincuenta y pico años puso una bolsa de plástico entre las dos y se sentó.
‒ Buenos días.
‒ Buenos días‒ contesté.
‒ Hay que ver todavía el helor que hace por las mañanas ¿verdad? ‒ empezó a decir la mujer
Eso era lo que necesitaba, una buena mujer con ganas de charlar y cara de buena gente. Me sentía fatal por dentro por lo que iba a hacer pero no tenía más remedio.
Continué la charla sobre el tiempo un poco más, lo suficiente para que la conversación se tornara (37) más personal. Las charlas cuando esperas el tren o el autobús siempre son así, un poco de charla intrascendente sobre el tiempo, alguna cosa más y si hay suficiente tiempo antes de que llegue el transporte se pasa al consabido (38): “¿Y tú dónde vas?” Y ahí llegó la buena mujer.
‒ Ya, a ningún sitio ‒ le contesté.
‒ ¿Estás esperando a alguien?
‒ No, no. ‒ Tragué saliva. ‒ Vengo de Málaga e iba a Sevilla, pero me han robado la cartera, y no puedo ni llamar a casa para avisar de que no puedo comprar el billete. Estoy esperando a ver si veo a alguien conocido para pedirle dinero.
‒ ¡Madre del amor hermoso(39)! Ay, pobrecita. ‒ Había mordido el anzuelo. ‒ ¿Llevas mucho tiempo esperando?
‒ Como hora y media.
Empezó a sacar su cartera del bolso. Me sentí todavía peor, pero era la manera más rápida de salir de allí.
‒ Mira, toma 1000 pesetas, seguro que con esto puedes comprar el billete y algo de comer, que de aquí a Sevilla hay un buen trecho (40).
‒ Pero señora, no, por favor, de verdad, que seguro que aparece algún amigo y me presta el dinero.
‒ Mira, como no lo cojas me voy a enfadar, ¿eh? Venga, por favor, coge el dinero y compra el billete.
La miré agradecida y cogí el dinero mientras desviaba la mirada por vergüenza.
‒ Gracias, de verdad, muchísimas gracias. ‒ Se me saltaron las lágrimas.
La pobre mujer creería que de alivio y así era, en 20 minutos saldría de Ronda.
Estaba en el centro de la ciudad. Me dirigí hacia una calle secundaria. No podía dejar que nadie me reconociera. ¿Y si me encontraba conmigo misma?¿Era eso posible? ¿O yo era yo y no había una doble mía en ese año? ¿Tendrían razón las teorías sobre los viajes en el tiempo de las películas?
Decidí arriesgarme lo menos posible. Lo primero era confirmar la fecha y después salir de Ronda. No podía quedarme allí. Pasé por la puerta de una librería y me fijé en los periódicos que había expuestos: 22 de febrero de 1998, leí en El País (35). Ahora ya estaba segura.
Muy bien, ahora tenía que largarme de allí. Lo más fácil era coger un autobús, el problema era que no tenía dinero, ni para autobús ni para nada. De todas formas me fui para la estación. No podía ir ni a Málaga, ni a Granada, ni a los pueblecitos de la serranía, por temor a encontrarme con alguien que conociera. Así que el mejor destino dentro de los más asequibles era Sevilla. Un billete para Sevilla costaba sobre 700 pelas (36), tenía que recordar que todavía no estaba el euro.
Me senté frente a los andenes, puse cara de preocupación y esperé a que alguien se sentara a mi lado. Al poco tiempo una mujer de unos cincuenta y pico años puso una bolsa de plástico entre las dos y se sentó.
‒ Buenos días.
‒ Buenos días‒ contesté.
‒ Hay que ver todavía el helor que hace por las mañanas ¿verdad? ‒ empezó a decir la mujer
Eso era lo que necesitaba, una buena mujer con ganas de charlar y cara de buena gente. Me sentía fatal por dentro por lo que iba a hacer pero no tenía más remedio.
Continué la charla sobre el tiempo un poco más, lo suficiente para que la conversación se tornara (37) más personal. Las charlas cuando esperas el tren o el autobús siempre son así, un poco de charla intrascendente sobre el tiempo, alguna cosa más y si hay suficiente tiempo antes de que llegue el transporte se pasa al consabido (38): “¿Y tú dónde vas?” Y ahí llegó la buena mujer.
‒ Ya, a ningún sitio ‒ le contesté.
‒ ¿Estás esperando a alguien?
‒ No, no. ‒ Tragué saliva. ‒ Vengo de Málaga e iba a Sevilla, pero me han robado la cartera, y no puedo ni llamar a casa para avisar de que no puedo comprar el billete. Estoy esperando a ver si veo a alguien conocido para pedirle dinero.
‒ ¡Madre del amor hermoso(39)! Ay, pobrecita. ‒ Había mordido el anzuelo. ‒ ¿Llevas mucho tiempo esperando?
‒ Como hora y media.
Empezó a sacar su cartera del bolso. Me sentí todavía peor, pero era la manera más rápida de salir de allí.
‒ Mira, toma 1000 pesetas, seguro que con esto puedes comprar el billete y algo de comer, que de aquí a Sevilla hay un buen trecho (40).
‒ Pero señora, no, por favor, de verdad, que seguro que aparece algún amigo y me presta el dinero.
‒ Mira, como no lo cojas me voy a enfadar, ¿eh? Venga, por favor, coge el dinero y compra el billete.
La miré agradecida y cogí el dinero mientras desviaba la mirada por vergüenza.
‒ Gracias, de verdad, muchísimas gracias. ‒ Se me saltaron las lágrimas.
La pobre mujer creería que de alivio y así era, en 20 minutos saldría de Ronda.
(35) Periódico de tirada nacional en España.
(36) Coloquial para pesetas.
(37) Volverse.
(38) Conocido por todos.
(39) Expresión de sorpresa.
(40) Camino. Espacio entre dos puntos.
(36) Coloquial para pesetas.
(37) Volverse.
(38) Conocido por todos.
(39) Expresión de sorpresa.
(40) Camino. Espacio entre dos puntos.
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