Capítulo V
Cuando me levanté a la mañana siguiente, no había nadie en la casa. Aproveché para salir a buscar información. Supuse que podría empezar buscando el ayuntamiento, un lugar donde me pudieran informar. Me dirigí al lugar donde estaba el de mi época, todo estaba muy cambiado y me desorienté un poco. Encontré un edificio con una señal que decía: “Edificio Oficial nº 1”. Sería lo que estaba buscando. Entré y vi a varias personas esperando sentadas y una ventanilla con un cartel donde se podía leer “¿Podemos ayudarle?”
‒ Buenos días ‒dije. ‒¿Podría hacerle una pregunta?
La mujer de la ventanilla asintió (25).
‒ Verá, resulta que vengo de otro sitio… mmm… del pasado.
‒ ¡Oh!, no tenemos muchos como usted por aquí. ‒ Su cara se iluminó. ‒ Cuente, cuente, ¿en qué puedo ayudarla?
‒ Pues, quiero volver… a mi año
‒ Querida, eso no es posible, ¿no se lo ha explicado su anfitrión (26)?
Rápidamente volvió todo el cabreo (27) del día anterior:
‒ ¿Por qué no es posible? Ustedes no pueden ir secuestrando a la gente así como así.
La mujer puso voz melosa como si hablara con un niño:
‒ No es secuestro, es un privilegio. Venir a vivir aquí, tan evolucionados como estamos. Dejar atrás toda esa contaminación, el ruido, los problemas económicos. No entiendo qué razones podría tener para volver.
‒ Da igual las razones, simplemente quiero volver.
Viendo que insistía se encogió de hombros y me dijo:
‒ Pues utilice una moneda.
‒ ¿Qué moneda ni qué ocho cuartos (28)?
‒ Usted para venir aquí ha tenido que usar una moneda, la moneda, al contacto con el vapor de agua crea una onda espacio- temporal que según la fecha en la que haya sido acuñada le lleva a un sitio o a otro en el tiempo. Tiene que buscar una moneda que pueda devolverla a su tiempo.
Me quedé pensando. ‒ ¿Tengo que buscar una moneda con el año al que quiero ir?
‒ Exactamente.
Ya tenía algo por donde empezar. Necesitaba una moneda de mi época, sabía donde encontrarla. El turista había venido a mi tiempo así que él tendría una. Volví a su casa, empezaría la búsqueda allí, siempre y cuando no me lo encontrara cuando llegase.
No tardé mucho en encontrar el edificio donde me había llevado el día anterior. Recordaba el piso, me había fijado por la mañana antes de salir. Cuando estuve frente a la puerta caí en la cuenta (29) de que no tenía llave.
Observé que al lado de la puerta había una especie de pantalla. Supuse que sería para leer la huella de la mano, al fin y al cabo estaba en el futuro, puede que las llaves hubieran dejado de existir. Puse la palma sobre la pantalla y apareció un mensaje de error: “No se reconoce huella auricular (30), inténtelo de nuevo”. ¿Huella auricular? ¿La oreja? Me sentí un poco ridícula ladeando (31) la cabeza para poner mi oreja en la pantalla.
La puerta se abrió, parecía que de alguna forma, mi anfitrión había registrado la huella de mi oreja para permitirme entrar sin problemas. ¿Cuándo lo había hecho? Ofú, ya estaba hartándome de tantas preguntas sin respuestas. Me iba a estallar la cabeza.
Rebusqué por todas las habitaciones y por todos los cajones y armarios. Miré en los rincones, busqué por escondrijos (32) secretos, pero no encontré ni una sola moneda.
Cansada, comí algo y esperé a que el turista llegara. Era su casa así que aparecería tarde o temprano.
Después de unas tres horas la puerta se abrió y entró Garton.
‒ Dame la moneda‒ le exigí.
Enarcó las cejas.
‒ ¿Todavía empeñada (33) en volver? Mis amigos llegaran en media hora. ¿Vas a seguir cabreada?
Me levanté y entré en el dormitorio. Me senté en la cama y empecé a juguetear con mis llaves. Estaba absorta, pensando cómo salir de allí cuando me percaté de ello. ¡Tenía monedas! En el llavero, había guardado unas monedas de 25 pesetas como amuleto. Tenían un agujero en el centro y las había enganchado en la argolla (34) del llavero. Llevaban tanto tiempo allí que había olvidado que las tenía, se habían convertido en un objeto de adorno.
Miré las fechas, tenía tres monedas, dos eran de 1996 y la última de 1998. No era exactamente mi año, sino 14 años antes.
Salí al salón.
‒ ¿Puedo darme una ducha?
‒ Claro, en el baño de tu habitación encontrarás todo lo que necesites, si echas en falta algo, dímelo.
‒ Buenos días ‒dije. ‒¿Podría hacerle una pregunta?
La mujer de la ventanilla asintió (25).
‒ Verá, resulta que vengo de otro sitio… mmm… del pasado.
‒ ¡Oh!, no tenemos muchos como usted por aquí. ‒ Su cara se iluminó. ‒ Cuente, cuente, ¿en qué puedo ayudarla?
‒ Pues, quiero volver… a mi año
‒ Querida, eso no es posible, ¿no se lo ha explicado su anfitrión (26)?
Rápidamente volvió todo el cabreo (27) del día anterior:
‒ ¿Por qué no es posible? Ustedes no pueden ir secuestrando a la gente así como así.
La mujer puso voz melosa como si hablara con un niño:
‒ No es secuestro, es un privilegio. Venir a vivir aquí, tan evolucionados como estamos. Dejar atrás toda esa contaminación, el ruido, los problemas económicos. No entiendo qué razones podría tener para volver.
‒ Da igual las razones, simplemente quiero volver.
Viendo que insistía se encogió de hombros y me dijo:
‒ Pues utilice una moneda.
‒ ¿Qué moneda ni qué ocho cuartos (28)?
‒ Usted para venir aquí ha tenido que usar una moneda, la moneda, al contacto con el vapor de agua crea una onda espacio- temporal que según la fecha en la que haya sido acuñada le lleva a un sitio o a otro en el tiempo. Tiene que buscar una moneda que pueda devolverla a su tiempo.
Me quedé pensando. ‒ ¿Tengo que buscar una moneda con el año al que quiero ir?
‒ Exactamente.
Ya tenía algo por donde empezar. Necesitaba una moneda de mi época, sabía donde encontrarla. El turista había venido a mi tiempo así que él tendría una. Volví a su casa, empezaría la búsqueda allí, siempre y cuando no me lo encontrara cuando llegase.
No tardé mucho en encontrar el edificio donde me había llevado el día anterior. Recordaba el piso, me había fijado por la mañana antes de salir. Cuando estuve frente a la puerta caí en la cuenta (29) de que no tenía llave.
Observé que al lado de la puerta había una especie de pantalla. Supuse que sería para leer la huella de la mano, al fin y al cabo estaba en el futuro, puede que las llaves hubieran dejado de existir. Puse la palma sobre la pantalla y apareció un mensaje de error: “No se reconoce huella auricular (30), inténtelo de nuevo”. ¿Huella auricular? ¿La oreja? Me sentí un poco ridícula ladeando (31) la cabeza para poner mi oreja en la pantalla.
La puerta se abrió, parecía que de alguna forma, mi anfitrión había registrado la huella de mi oreja para permitirme entrar sin problemas. ¿Cuándo lo había hecho? Ofú, ya estaba hartándome de tantas preguntas sin respuestas. Me iba a estallar la cabeza.
Rebusqué por todas las habitaciones y por todos los cajones y armarios. Miré en los rincones, busqué por escondrijos (32) secretos, pero no encontré ni una sola moneda.
Cansada, comí algo y esperé a que el turista llegara. Era su casa así que aparecería tarde o temprano.
Después de unas tres horas la puerta se abrió y entró Garton.
‒ Dame la moneda‒ le exigí.
Enarcó las cejas.
‒ ¿Todavía empeñada (33) en volver? Mis amigos llegaran en media hora. ¿Vas a seguir cabreada?
Me levanté y entré en el dormitorio. Me senté en la cama y empecé a juguetear con mis llaves. Estaba absorta, pensando cómo salir de allí cuando me percaté de ello. ¡Tenía monedas! En el llavero, había guardado unas monedas de 25 pesetas como amuleto. Tenían un agujero en el centro y las había enganchado en la argolla (34) del llavero. Llevaban tanto tiempo allí que había olvidado que las tenía, se habían convertido en un objeto de adorno.
Miré las fechas, tenía tres monedas, dos eran de 1996 y la última de 1998. No era exactamente mi año, sino 14 años antes.
Salí al salón.
‒ ¿Puedo darme una ducha?
‒ Claro, en el baño de tu habitación encontrarás todo lo que necesites, si echas en falta algo, dímelo.
(25) Mover la cabeza afirmativamente.
(26) Persona que tiene invitados en casa.
(27) Mosqueo, enfado.
(28) Expresión para enfatizar desacuerdo.
(29) Darse cuenta.
(30) Del oído, de la oreja.
(31) Poner de lado, inclinado.
(32) Escondite, lugar oculto.
(33) Empeñarse: insistir con perseverancia.
(34) Aro de metal.
(26) Persona que tiene invitados en casa.
(27) Mosqueo, enfado.
(28) Expresión para enfatizar desacuerdo.
(29) Darse cuenta.
(30) Del oído, de la oreja.
(31) Poner de lado, inclinado.
(32) Escondite, lugar oculto.
(33) Empeñarse: insistir con perseverancia.
(34) Aro de metal.
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